21 de Diciembre
Los rayos de la Luna hacen que te muestres ante los ojos de los demás hermosas. La noche puede que sea tu compinche, ya que cuando el Sol trabaja, tú descansas escondiéndote de los ojos de la humanidad, mas me pregunto ¿Cómo serás de día?, será qué tu belleza y la luz del día no se llevan.
Tu pelo rubio, es hermoso, es un delirio exquisito poder tocarlo, hacer que mis dedos se deslicen desde lo más alto de tu cabeza hasta tus hombros.
Belleza no perpetua, pero que hace el tiempo incomprensible. La idea de una de una belleza divina es corta cuando los ojos enfocan su mirar en ti.
Cara un tanto perversa pero deliciosa, esa figura es perfecta, tus ojos son de miel derramada del panal, tu nariz apunta a donde el deseo reposa, mejillas tiernas que reciben las pulcras caricias de mis manos, los exquisitos labios, sabrosos, dulces y carnosos, sé que esperas que un príncipe los bese, pero este noble hombre lo hará.
Y cuando mis manos se deslicen entre tus cabellos y lleguen a tus hombros, ahí subirán nuevamente hasta llegar a tu cuello perfumado, cual rosa en primavera. Aunque mis manos son rasposas, toco tu piel con el más delicado tacto.
En ocasiones muevo tus cabellos al Oeste para poder besar el lado Este de tu cara. El perfume de tu cabello lo respiro lento hasta llevarlo a lo más oculto de mis pasiones, ahí, junto al demonio de las perversidades.
Nuestras almas sudan en pecado al saber que no somos marido y mujer, así como tus padres desearían. Puedo sentir tus piernas temblar al pensar lo mal que estás actuando, pero también siento tu corazón palpitar al encontrar el placer, lentamente las manos transpiran nuestro amor.
Los destellos de la luz nocturna se deslizan por tu suave piel, mostrando la hermosa fragilidad de tu figura angelical.
Nuestras manos se separan, las mías se posan en tus pechos cubiertos por la blusa azul que lleva el emblema de la institución donde estudias.
Aún besándonos, tú con los ojos cerrados, quizá imaginando que soy ese príncipe, mas por mi parte mantengo mi mirada alerta para mirar tu expresión, no soy el mejor amante, pero sé hacer sentir bien a las mujeres.
Mis manos inconcientes, confundidas, comienzan a meterse entre la blusa, para tratar de llegar así, donde los latidos de tu corazón. Por un instante un temor te recorre el cuerpo, pero desaparece tan rápido al sentir la seguridad del amor, y dejas que mis manos se deslicen por tu piel, hasta llegar a la cumbre, conquistar la altura de tus pechos. La blusa a salido fuera del alcance de nuestras manos, sólo resta el sujetador, de tela muy delgada, casi transparente, puedo mirar tus pezones erguidos.
Efectivamente sus pezones estaban erguidos, ella susurraba tiernamente, eso me llamaba a mutilarlos, pero ella seguía con los ojos clausurados, imaginando no sé qué. Acerque más mi cara para contemplar de cerca sus voluptuosas carnes y así poder mutilas sus pezones.
¡Oh piel blanca y delicada! ¿Por qué eres tan excitante y frágil?
Pronto tus pechos se llenaron de chupetones provocados por mi insalubre boca, la cual nunca había probado tan delicioso majar.
Llevaste mis labios a los tuyos, pues ya no podías con tanta excitación, me besaste desesperadamente, coloque mis manos ansiosas sobre tus blandas carnes, mientras tú, con tus garras de leona en celo, desgarraste mi playera negra que mi madre me había regalado la navidad pasada, acariciaste mi espalda sangrante, mientras mi desgarrada playera caía a la alfombra, tus caricias invocaban al demonio de la perversidad, mientras tus pezones eran brutalmente mordidos por mis colmillos caninos.
Encendí la luz de mis ojos y miré tu orgasmo mental.
El ambiente se volvía cada vez más caliente, por supuesto nosotros nos calcinábamos en el deseo obtenido de las caricias.
Como tractor recorriste mi espalda con tus uñas teñidas de color de puta, rojo pasional, rojo amor, rojo puta, pero al intentar llegar al territorio prohibido, te detuviste porque lo impedía un cinturón, querías entrar a la casa de la bestia. Mis manos recorrieron tu abdomen deportivo, bajaron centímetros más, estaba ya muy cerca de dónde la vida comienza, de hecho recordé que una vez me prohibieron ir ahí, pues según esto, unos dioses malvados me castigarían con el infierno eterno.
Pero tus manos impacientes de sentir lo que ahí se refugiaba, se colaron como pudieron, esquivaron cualquier cantidad de obstáculos y llegaron ahí.
Caí a la cama matrimonial de mi amada, ella se deshizo con una facilidad de mi pantalón negro de mezclilla, se incorporo un poco para poder tomar entre sus manos mi suave miembro erecto, le dio una clase de respiración de boca a boca, ¡genial!, se cepillo los dientes con ese cepillo de carne, luego lo ensalivo, se levanto por completo y comenzó a masturbarme lentamente. Flotaba entre nubes de sentimientos encontrados, pero caí de golpe cuando sentí el tibio liquido que era derramado en mi caja toráxica, que tomó camino hasta llegar a mi velludo pubis.
Había tenido ginebra fría en mis oídos pero nunca tibia en mi pecho. Se bebió la ginebra derramada en mi piel, hasta llegar a mi miembro, luego me beso, con todo y el embarradero de ginebra y liquido lubricante. Invertí los papeles y ahora ella era la que tenía la ginebra en su piel, entonces fui más abajo, le despoje de la zapatillas, quite tus largas medias negras atadas con un liguero, besé suavemente sus piernas, me entretuve muchísimo en sus muslos, pero no podía llagar más allá, porque su pequeño short lo impedía, pero con un movimiento mágico lo desabroche de inmediato y lo saqué, lo mande lejos de ahí, así, sólo quedábamos, ella, la tanga y yo, mas luego de botar lejos su tanga, ahí estaba ella, su vagina, así descubierta, aguardándome, su coño inmaculado, provocador de miles de deseos, el dador de la vida de nosotros, los animalitos de Dios, hermosura que necesita de hermenéutica para dirigirse a ella, su aroma exasperado me arrastraba cada vez más cerca, ¡Oh que lindo es el aliento de ese dragón si fuego! Volví a tomar la ginebra, y la deje caer sobre las ingles y en parte de su coño, mi lengua de serpiente se divertía sin vacilar en cansarse un poco, pero el vahó ardiente entre sus piernas casi le provocaba otro orgasmo mental.
Sus ansiosas manos se apretaban con gran fuerza sus pechos, en verdad que no podía con tanta excitación, en ocasiones llevaba sus pechos hasta su boca e intentaba tragárselos.
En la punta de mi lengua, le sabor a piel y sal, tal vez el sabor de su virginidad.
Nuevamente tu cuerpo sobre el mío, luego dijiste muy para tus adentros, eres el tipo que había esperado siempre. Cambiamos de posición, abriste tus piernas, con tu mano izquierda tomaste mi pene y lo condujiste hasta la entrada de tu coño.