Lalo Carnitas
Mientras trabajé a su lado, pude darme cuanta de lo asqueroso que me resultaba ser su compañero.
Repulsivo debió haber sido su apellido paterno, y además era como su principal cualidad humana, pues incluso los cerdos procuran algo de aseo individual.
Trabajamos como compañeros muy cercanos, eso era lo lamentable del asunto, ya que debía respirar su aliento y olor de mierda, incluso llegue a creer que se me contagiaría lo asqueroso de su ser y la inmensa gordura de su cuerpo.
Parecía que a lo que se dedicaba era a tragar y tragar durante todo el día.
No estudiaba, no tenía novia, es más, nunca tenía dinero, pues todo el sueldo lo gastaba en más grasa para ese bulto enorme llamado estomago, para seguir inflando sus llantas.
Al mínimo esfuerzo sudaba como si estuviera en un sauna, se cansaba como si acabará de terminar la carrera de los cien metros, en pocas palabras, se bañaba en sudor.
Cuando le veía hablar, miraba los restos de carne que acababa de tragar. Nunca cepillaba sus dientes, siempre los llevaba adornados con comida y ese aliento a basura radioactiva. Era un gran búfalo carroñero, algo nunca visto.
En su enorme y redonda cabeza, portaba una gorra que algún día fue color blanco, pero que el tiempo y el sudor le habían puesto nuevo color y figuras, tal vez guardaba un cultivo de piojos o esas alimañas que viven en gente asquerosa.
Al momento de la comida, intentaba irme lo más lejos posible de él, lo malo es que se empeñaba en estar junto a mí. Sin exagerar, se comía más de cinco tortas de carne adobada con queso y mucha cebolla. Devoraba cual salvaje dragón de Comodo. A veces escuchaba como si estuviera masticando piedras, como jabalí desesperado, aunque por momentos parecía que no masticaba.
En verdad era un espectáculo aberrante. En momentos llegaba a pensar que si me descuidaba podría llegara a tragarme de un solo bocado.
Ese era Lalo Carnitas, el más cerdo de toda la empresa. Hubiera sido bueno venderlo por kilos, la empresa hubiera generado buenas utilidades.
-Julio de 2010-
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