viernes, 22 de julio de 2011

La mujer del vampiro


La mujer del vampiro

Paso por mí a las 20 horas, llevaba el auto azul de su papá.
                Me encanta ponerme mis jeans blancos cuando voy a verle. Me cepillo los dientes con pasta dental sabor  a menta, me pongo lipstick rojo y mi brassier negro.
                Cuando lo vi venir de lejos, sentí venirme en seco, tan rápido que ni pude darme cuenta, siempre me ocurría eso cuando lo miraba.
                Al momento de subirme al automóvil, lo besé con frenesí. Hacia algunas cuatro semanas que no le veía, pues desde que se fue a Nayarit, nos frecuentábamos poco, pero cuando había ocasión, lo aprovechaba por completo, era un día de caricias desenfrenadas, él sabía muy bien tomar su papel de seductor. Yo, simplemente me dejaba ser, él me poseía, pero yo lo atrapaba entre mis piernas.
                Cuando sentía su lengua pasar entre mis labios y su aliento penetrar hasta mi corazón, mis tangas se empapaban por completo, al grado de pensar que me daría catarro.
                Cuando llegamos al lugar de siempre, un lugar a apartado de la ciudad, bajamos del auto. Me encantaba verlo bajar. Era todo un señor galante. Vestido siempre con pantalones de cuero negro, camisa blanca con olanes al pecho y en las muñecas, su larga gabardina de terciopelo negro. Sus enormes botas, su inmensa cabellera rubia y lacia.
                Me venia otra vez al momento de verlo enfundado en su piel de vampiro, con sus labios pintados de color sangre, idéntico a un murciélago que acaba de beber sangre tras un festín nocturno.
                Sus pasos me estremecían mientras se acercaba a mí, era como aguardar la muerte, todo un misterio, excitación y miedo a la vez.
                Su tenue voz me inundaba la cabeza cuando me hablaba al oído, ¡Qué lindo es conmigo! A pesar de su apariencia maléfica, pero él dice que así son los vampiros, todos unos caballeros.
                Se despojaba de su gabardina y la colocaba  sobre el cofre del auto, luego me depositaba en el, me iba quitando mis jeans con una delicadeza de algodón, a pesar de sus largas uñas negras.
                Al estar desnuda, acariciaba mis piernas hasta llegar a mis muslos. Ahí, tomaba aliento, y sumergía su cabeza entre mis piernas.
                Con su lengua volvía a inundarme la vulva, con sus caninos mordía amorosamente mis carnosos labios.
                Su lengua se refugiaba por completo en mi palpitante caverna. Mi clítoris estaba a punto de reventar de excitación. No había más lugar para tanta lujuria, todo en mí estaba al tope.
                Me besaba muy lento pero rico. Mientras su falo entraba y salía con la dulzura que solo él posee. No podía más, en cualquier momento ahogaría su pene con mí tercer venida.
                Él es un príncipe de las tinieblas, pero es todo un Don Juan. No le cambiaría por alguna cosa en el mundo.
                El final no es lo que más me gusta, pero es algo que disfruto al máximo. Sentir como su hirviente semen se mezcla con mis jugos vaginales, sentir como sus hijos buscan refugio en mí.
                Aún, estando en mi cama sigo pensando en él.

-11 de Septiembre de 2010-

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