viernes, 17 de junio de 2011

En la estancia


En la estancia

Mientras que los doctores estaban apurados dentro del quirófano, el y ella, Samantha y Josefino, estaban tan tranquilos en el comedor del nosocomio.
                Comían un delicioso pollo adobado que habían adquirido la tarde pasada. Lo único que habían comprado fue un refresco de cola.
Jaime se dio cuenta desde los primeros días, que ellos se traían algo entre manos, que quizá una atracción existía en ambos corazones.
                Samantha provenía de Chilpancingo, Josefino del Estado de Zacatecas.
                En el hospital cubrían uno de los requisitos para su titulación.
Jaime no era para nada tonto, los descubrió desde la primera mirada.
                En varias ocasiones se habían quedado de guardia. Curiosamente se habían quedado solos, lo que dio paso a las sospechas de Jaime. No había una verdadera separación entre los dormitorios, además, sí la hubiera, tenían por seguro que no la respetarían, y que dormirían en la misma cama, aunque fuera individual, pues al fin de cuentas, lo que menos querrían hacer, es dormir.
                Jaime estuvo en una fiesta el viernes por la noche, así que el sábado llego cansado y con una enorme resaca.
                Cuando pensó que ya habían acabado de comerse el pollo, fue al comedor para calentar agua y prepararse un reconfortante café. Miro que la mesa lucía poco desordenada. Le paso una franela para limpiarla un poco y poder sentarse a gusto a tomarse el café y comerse el pan que compró en la tienda.
                Erica, Susana, María y Esther estaban ya en recepción, lo que indicaba que todos habían acabado de comer, aunque ellas pensaban que Samantha y Josefino ya estaban dentro del quirófano auxiliando a los médicos.
                Encendió la parrilla eléctrica que Francisco llevo recién entregado el comedor. Colocó la pequeña hoya con ¾ de agua. Mientras el proceso de calentamiento ocurría, Jaime pensaba en cómo iba a pagar la renta, éste mes se le complicó por los gastos de improviso, todo gracias a la infortuna de que su madre estrelló el auto contra un poste de municipio.
                El vapor comenzó a subir, lo que daba señal del calentamiento del agua. Giró la perilla para cortar el paso de corriente. Tomo un trapo grueso para no quemarse al momento de agarrar la hoya. La tasa se completo de agua caliente. Dos cucharadas de café cayeron una por una dentro del agua. Agitó con fuerza para mezclar y probar.
                Esther y Erica tuvieron que entrar al quirófano, pues Samantha y Josefino no aparecían por ningún lugar. Pensaron que tal vez estaban en la tienda, por lo que no intentaron buscarlos.
                De una bolsa de plástico sacó su pan y le dio una pequeña mordida, era un delicioso pan de azúcar. Luego un pequeño sorbo para poder pasar bien la masa que había hecho con el pan.
                Pasó de nuevo la franela para dejar la mesa limpia, enjuago su tasa y la dejo en su casillero.
                El estomago ya tenía mucha comida, así que corría una gran masa ya procesada por todo su intestino, lo que era clara señal de que tenía que ir a defecar.
                Caminó sin muchas ganas de ir.
                Cerca del baño estaban los dormitorios.
                Cuando iba a girar el picaporte de la puerta del baño de hombres, escuchó un pequeño ruido sordo.
                Se aguantó las ganas y fue donde el ruido. La puerta de los dormitorios no estaba cerrada, únicamente emparejada.
Cauteloso se introdujo y miro dos cuerpos semidesnudos luchando uno contra otro, friccionándose uno contra otro. No estaban acostados, ella estaba en posición de “perrito” y él detrás de ésta.
Josefino trataba de atrapar los gemidos de Samantha con una de sus manos, pero ella sufría y disfrutaba los embates.
                Lo sabía, -pensó Jaime- sabía que estos dos se estaban cogiendo cariño desde tiempo atrás y por atrás.
                Ella se impulsaba hacia atrás mientras que él para adelante, ambos cuerpos chocaban rítmicamente, ella disfrutaba al máximo, aun y cuando le tapaban la boca.
                Josefino tenía unas nalgas asquerosamente feas y peludas.
                ¿Qué debía hacer Jaime, sacar su cámara y grabarlos o denunciarlos? Estaba en una disyuntiva.
                No tuvo que esperar más, ellos se percataron de la presencia de este y se detuvieron de inmediato, completamente asustados. Al menos eso fue lo que Jaime comentó.
                Perdón por interrumpir. –Exclamo Jaime-
                Miren, -continuó- sigan con lo que estaba haciendo pero déjenme presenciar tan bello acto, de lo contrario los delataré con el Director, y si me dejan, solo yo sabré de esto.
                Acordaron en que Jaime los vería y vigilaría a la vez.
                La repulsiva lengua de Josefino se paseaba por cada centímetro de vulva de Samantha, ella se estremecía a más no poder, iba y venían en un subir y bajar de presión. Su vulva no podía más, explotaría en un instante, y las olas de jugo vendrían como un maremoto, chocarían contra la cara de Josefino, lo ahogarían en ese mar de lujuria.
Su lengua escaló algunos milímetros y llego hasta donde el cuero se junta, en ese pequeño agujero negro. Cerrado, contraído, delicioso, oscuramente excitador, de un olor particular a muerte y resurrección.
                La mía y lamía hasta que la saliva iba cayendo gota a gota. En el suelo se formó un pequeño charco de saliva y jugo de vulva.
                No podía aguantar más, pidió a Josefino que la embistiera de inmediato, quería sentir los huevos de su amante estrellarse tras de ella.
                El  miembro de Jaime estaba a punto de estallar, su piel se estiró hasta donde pudo, las venas podían verse llenas de sangre caliente, sangre que provenía de su excitado corazón. Él mismo comenzó a lubricar, su calzón se humedeció. Pensó que luego de minutos se le pegaría a la punta. Pero valía la pena sufrir tal dolor al despegarse el calzón.
                Tal vez el problema más grande era, aguantarse sin darle un embate a Samantha, ni siquiera podía lamerle el culo o morderle de perdido un pezón.
                Los embates iban y venían, los gemidos no se cubrían más, salieron a volar por todo el cuarto hasta ser muertos en los muros de ladrillo.
                Su verga entraba y salía, húmeda, cada vez más húmeda, el jugo le llegaba hasta los huevos. Ya olía a buzo salido del mar del caribe mexicano.
                A cada minuto la excitación subía más, ninguno de los presentes quería que terminara tan hermoso acto de apareamiento, y por instantes a Jaime se le olvidaba vigilar, incluso estuvo a punto de desnudarse e ir a empalar a Samantha, pero las promesas estaba hechas, solo ellos podían pedir relevo, él podría entrar, pero mientras tanto, debía seguir vigilando.
                Qué más daba el problema del dinero, en ese momento lo único que quería, era estar dentro de esa babeante vulva, tal vez por el culo, pero cuando miraba las peludas nalgas de Josefino, sentía un reflujo, una sensación de querer vomitar, pero también en su sangre corría adrenalina y coraje, con ganas de arrancar a Josefino de ahí y ser él quien le haga sentir en el cielo.
                Por fin Jaime puedo ver a Samantha boca arriba. Sus tetas descansaban desparramadas en su tórax. Su vulva estaba total y brutalmente velluda, de un negro azabache. Desaliñada por completo.
                Josefino se trepó en ella y se la dejo ir por completo. Se deslizo como si fuera hielo con hielo. Samantha expreso un satisfaciente ¡Ah! Expresando dolor y placer al mismo tiempo.
                ¡Santo dios, que rico se siente!
                Samantha nos sorprendió con tremenda expresión ¿Quién sabe de dónde la saco o cómo s ele ocurrió? Pero sonó bien, tal vez fuera de tema, pero fue divertido y muy ocurrente.
                El perfume de ambos cuerpos sudados iba lentamente inundando el cuarto. Cada persona tiene un olor específico, pero la mezcla es todavía más extraña, pero en ocasiones no hay distinción entre ambos, pero el olor de Samantha era brutalmente apestoso, como a ácido. –Según palabras de Jaime-
                Asombrado Jaime, seguía excitado a pesar de tal mal olor, que del coño de Samantha se escapaba.
                Entraba y salía, admitía y expulsaba, así una y muchas veces más. ¡Clap, clap, clap! Era ese el rítmico sonido que provocaban los cuerpos en choque, envueltos en traje de Adán y Eva -Sin hojas claro-
                Josefino se recostó boca arriba para que Samantha lo montara. Subía y bajaba, se encajaba y desencajaba. Su rostro se resquebrajaba a cada caída, pero lo disfrutaba al 90%.
                Josefino nunca sintió topar a fondo, Samantha tenía una profundísima vagina, pero se ajustaba de maravilla al pene.
                Las nalguitas de Samantha chocaban a cada caída con los muslos de Josefino, en ocasiones le apachurraba los huevos.
                Jaime no aguantó más, se desabotonó el pantalón. Se bajó el boxer y comenzó a masturbarse.
                Arrodillado quedó y se masturbaba bestialmente, parecía que quería arrancarse el pellejo.
                Cada que su puño iba, cubría su cabeza, cada que venía, descubría su cabeza, un poner y quitar su capucha.
                Mientras los otros seguían en su acto, Jaime estaba tratando de ordeñarse y tirar la leche en el piso. Pero el pequeño culo de Samantha le empezó a dar señales de insinuación.
                -Únete cerdo- dijo Samantha.
                Rápido se puse de pie y como pudo caminó hasta ellos, volvió a arrodillarse. Colocó la cara frente a las pequeñas nalgas de Samantha, con sus manos separó las nalgas, y aunque estaba peludo, así metió su lengua en ese pórtico fecal. La metía hasta donde podía. De un momento a otro el culo se inundo de saliva de Jaime. Parecía que un baboso quería entrar en una cueva fosa llena de agua.
Un pequeño sabor fecal recorrió toda su lengua y llego hasta su estomago, sintió algo áspero, como una costra, tal vez era un pedazo de caca seca, que había quedado entre sus vellos. No le importó y siguió comiéndole el culo. De vez en cuando mordía tiernamente las nalgas.
                Samantha no podía pedir más, eso le gustaba. Nunca lo había probado, pero para ser la primera vez, le encantaba.
                Y si algo podía pedir, lo que pediría, seguramente sería, tener la venosa verga de Jaime en su estrecho culo, dentro de su gusano en forma de laberinto, donde los desechos se pierden.
                Jaime se hundía entre las nalgas de Samantha, como si fuera un pastel, se metía hasta el fondo, hasta donde el oxigeno se le acababa, cual salvavidas, quien baja hasta el fondo de la alberca, así Jaime descendía, hasta lo más recóndito del portal fecal.
                Mientras que su lengua entraba y salía, tomaba su brutal pene y lo mecía con bestialidad, parecía que querría arrancárselo.
                Era un concierto de tres miembros arrítmicos en instantes, pero los tres estaban a punto en el sentido sexual. El tercio nunca estuvo parejo, pero sí lo disfrutaban.
Josefino comenzó a estremecerse y sus huevos parecían como dos corazones que latían a ¾ de un viejo metrónomo.
                Chorros de leche entraron en la vagina a gran presión, de inmediato Jaime se alejo del culo de Samantha, se levantó y le arrimo la verga a la boca, y ahí, se vació por completo. Ella se lamía hasta donde le alcanzaba la lengua, tragaba la poca leche que le quedaba al alcance.
Jaime se subió el pantalón y se marchó.
18 de Septiembre - 4 de Julio de 2010

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